domingo, 24 de enero de 2010

LA PUERTA DE MIS RECUERDOS (RELATO)

LA PUERTA DE MIS RECUERDOS

El sol inicia su larga andadura, adornado con un cálido manto, y el olorcillo a mar perfuma el ambiente estival con su esencia. La suave brisa de la orilla, rocía mi cara, invitándome a inspirar el aire salino. A lo lejos diviso los barcos envueltos en la bruma del horizonte, y sueño despierta, con viajes a países exóticos, mezclando fantasía y realidad.
Cada año en verano, disfruto de unas vacaciones que me permiten olvidar la rutina diaria. De esos días, siempre me quedan recuerdos inolvidables, sobre todo, de los largos paseos por la playa a primera hora de la mañana, cuando la arena húmeda descansa del infatigable vaivén de las olas, profanada tan sólo, por las tenues pisadas de algunas gaviotas.
Recuerdo las vacaciones infantiles, y me veo a mí misma jugando en la orilla del mar, fascinada por la inmensidad del Océano Atlántico. En esa época, aún desconocía la existencia de otros mares, y tampoco comprendía, cómo era posible que esa gran cantidad de agua pudiera moverse sin derramar su contenido. Pasaba el día en la playa, a pleno sol, haciendo castillos de arena, y pasadizos, que acababan engullidos por la espuma de las olas.
Cada nuevo verano, renovaba ilusiones ante el enigma de lo desconocido. Los preparativos previos, constituían un aporte extra de adrenalina; esto, junto a la aventura del viaje, y la estancia en la costa, era un acontecimiento importante, que llenaba mi mente rural de sueños infantiles, hasta las próximas vacaciones.
Continúo mi viaje por el túnel del tiempo, transportada en el tren de los recuerdos, y llego a cualquier invierno lluvioso, lleno de días de tormenta, con las calles inundadas de barro, y las casas perfumadas con el olor de alhucema quemada en los braseros de picón, mezclado con el olor a matanza, de los embutidos recién hechos, caldillo, costillas adobadas y fritas en manteca de cerdo, y desayunos con migas.
Caminando por el calendario en el mes de diciembre, me encuentro con un montón de pastores, lavanderas en el río, de espejos relucientes, una estrella fugaz, que alumbra el firmamento, a la que siguen tres magos cabalgando en sus camellos. Desde lo alto de un castillo de corcho, asoma, amenazador, Herodes. Y en un pobre portal, sobre un pesebre mullido de paja, reposa la figura del niño Dios, vigilado de cerca por su madre María y San José. Como música de fondo, los villancicos entonados por voces angelicales; es Navidad. Días de felicitaciones, reencuentros, cenas familiares, pavo (emborrachado previamente, con buen vino, para saborear mejor su carne) turrones, y figuritas de mazapán.
Como en un ritual, se suceden las tradiciones; y la siguiente en el tiempo, es la elaboración de los dulces caseros. Ahora, el olor a pan en la tahona, se mezcla con el de los aromas dulces de las masas, elaboradas por las manos expertas de nuestras madres y abuelas: las bollas de chicharrones, perrunillas, y magdalenas, gestándose en el seno del horno, que ofrece su último rescoldo, para alumbrar las delicias hogareñas.

El largo invierno llega a su fin, y los primeros rayos de sol anuncian la primavera; con ella, los compases de saetas, acompañados por los redobles de tambores, resuenan en los aparatos de radio de todos los hogares.
Los crespones morados cubren los iconos de los santos en la iglesia, y hasta el domingo de Resurrección, no se escuchan risas, ni algarabías, guardando el debido respeto a la muerte de Cristo. El Sermón De Las Siete Palabras abarrota la iglesia, llenando los pasillos con sillas cedidas por los vecinos de la parroquia. Sobrecoge el silencio, roto, tan sólo, por la voz trémula del Jesuita, que desde el altar mayor, va escenificando las palabras de la agonía de Jesús.
Pasado el domingo, todo vuelve a la normalidad, y las jóvenes se apresuran a organizar las carrozas que exhibirán en la romería de San Isidro. Todos los preparativos, se llevan en el más absoluto secreto, para evitar plagios.
El monumento, montado en un remolque tirado por un tractor, va hecho con madera y cartón, cubierto de flores de papel de diversos colores, y coordinados con los vestidos de las componentes del coro, que acompañan su repertorio con castañuelas, panderetas, triángulo, y guitarras. La música prestada de alguna melodía actual de la copla. La letra, ensalza la fiesta, y su Santo Patrón, además que denuncia con sutileza las carencias consistoriales. Pasados los nervios de la actuación ante el jurado, los romeros emprenden el peregrinaje hacia el Chaparral. Esta finca, ofrece a los devotos un paisaje extraordinario, lleno de grandes encinas, alfombradas de flores silvestres, con un perfume primaveral y único. En este ambiente festivo, se degustan verdaderos manjares, cuyo sabor, permanece en mi memoria, y aún no he conseguido que nada sepa igual que antaño. Las madres se pasaban el día anterior a la fiesta, preparando las viandas: Huevos rellenos, chuletas rebozadas, tortilla de patata, etc. Y este era el momento de degustar los manjares de la matanza, sobre todo el salchichón, que hasta entonces, no había tenido tiempo de madurar.
De regreso del campo, la fiesta continuaba hasta la madrugada, con una gran verbena en la plaza.
Cada acontecimiento archivado en mi memoria, lleva consigo un olor que lo asocia; y el de la romería está vivamente marcado con un perfume a claveles del patio de mi tía. Ahora los claveles en las floristerías, son más reventones, y tienen un tallo más largo, pero no huelen a nada. El olor a claveles de mi recuerdo, es intenso, e inigualable, y prendidos en el pelo, perfumaban en ambiente dejando una estela a mi paso. Igual que el perfume a senara en la época estival. Si cierro los ojos, puedo transportarme mentalmente de nuevo a esa lejana infancia, con los olores secanos, de los meses veraniegos de mi tierra, a heno, a botijo preñado de agua fresca de pozo; o las meriendas de pan, con aceite, y azúcar.
En la hora de la siesta, el sonido machacón de las cigarras, invitaba a soñar. Tendida a la sombra de un olivo, en la frontera del círculo de la parva, mientras entornaba los ojos, desdibujando la silueta del trillo, hasta que el sopor veraniego me hacía caer en el más absoluto letargo.
Esta especie de catarsis, lejos de entristecerme, renueva mi espíritu, y sirve de alivio para las carencias obligadas. Es como si abriera una puerta, y caminara por un sendero, recogiendo los frutos de los años vividos, hasta donde mi memoria alcanza, pero tomando caminos distintos cada vez, eligiendo en cada bifurcación, a donde dirigir mis pasos, y de ahí a otros caminos secundarios que se van multiplicando, casi en progresión geométrica, en el transcurso del tiempo. Desde ese límite, regreso al presente, volviendo a dejar cada recuerdo en su lugar, para poder visitarlo siempre que lo desee, y con sigilo, dejo entreabierta la puerta de mis recuerdos.

3 comentarios:

Many dijo...

Bonitos recuerdos de tu infancia....Lo describes tan bien...q casi se viven contigo...
!!!Ummmm q ricas las perrunillas!!! Ahora mismo me comia una....

enrique dijo...

Bonito relato. Consigues que se vivan esos recuerdos conforme se leen. Es una pena que las nuevas generaciones no puedan compartir esas "aventuras".
Un abrazo: Enrique

Marga_utiel dijo...

Benditos recuerdos!!! Son los que nos hacen volver a vivir situaciones pasadas, que no volverán.