martes, 22 de mayo de 2012


DESTELLOS

     Era uno de esos días grises, en los que no logras centrarte en nada de lo que te rodea. La apatía, y la falta de opciones, llenaban mi espíritu; y tenía la sensación de ser un ave sin alas, metida en una gran jaula de oro, con las puertas abiertas, hacia caminos inciertos.
     El crepúsculo culminaba su andadura, entregando el testigo a las tinieblas de la noche. Viajaba por la autopista sin rumbo fijo, sumergida de lleno en mis recuerdos, transportada a lugares y tiempos felices; realizando una especie de catarsis, que aliviara mi espíritu de la masacre final.
     Como en las páginas de un libro, hojeo su contenido, deteniéndome sólo en los capítulos que aportan algo positivo a mi existencia; algo parecido a una ráfaga de viento que separara las palabras escritas, lanzándolas al infinito de mi memoria, y dejando en blanco, las páginas que no quiero recordar.    
Sigo recorriendo el espacio a ninguna parte, huyendo de mi misma. Es una situación angustiosa que había sentido otras veces, pero presentía que esta vez era diferente. Como si hubiera agotado cualquier posibilidad de solución, y me sintiera en la obligación de tomar un único camino, teniendo ante mí un muro infranqueable de incomprensiones, una enorme Torre de Babel; desolada por la impotencia, y el desánimo.
     A medida que transcurrían los kilómetros de mi viaje, me repetía a mi misma: “Estoy muerta, aunque no entierren mi cadáver hasta dentro de treinta años”.
     Y de pronto, una luz brillante, cegadora, me atraía como un potente imán. Luchaba por alcanzarla, presionando con fuerza el pedal del acelerador; tenía que conseguir llegar. Era la solución que estaba esperando, la señal que me haría desconectar del mundo conocido, para pasar a otro mucho mejor. Pero en ese momento, un enorme cartel de Neón, se cruzó en mi camino, anunciando un atajo con luces multicolores, y las prisas por llegar a la meta, me hicieron tomarlo sin dudar. De ese camino principal, partían bifurcaciones; todas con un mismo nombre: “Senderos de vida”. Y tomé la primera a la derecha. Después, otros tantos caminos con nombres extraños para un destino: Opciones, Ruta sin retorno, Mirador de tu interior. Todos ellos invitaban a seguirlos, con brillantes anuncios de luces de colores llamativos. Y elegí “Opciones”.
      A medida que pasaban los kilómetros, iba aminorando la marcha, sintiendo que mi euforia disminuía, volviendo poco a poco a mi ansiada paz; hasta encontrarme en el centro de una calzada, desfilando lentamente entre carrozas engalanadas, donde una multitud aclamaba mi paso, vitoreando a ambos lados de la calle.
     Me sentía protagonista, y feliz; por fin, había encontrado mi lugar, desenvolviéndome con soltura, sintiéndome querida, y admirada. Divisaba a lo lejos a mis hijos sonrientes, mis amigas y compañeras, y todos alzaban sus manos saludando, complacidos de verme de nuevo entre ellos; y ya no quería irme de allí. Sólo deseaba seguir mi recorrido, disfrutando de esa paz y felicidad, que hacía mucho tiempo que no sentía.
     Al final del trayecto, había una comitiva de recepción, esperándome para hacerme los honores; y un señor muy amable, y sonriente, me entregó un gran libro. Le di las gracias, y lo abrí para hojear su contenido; pero no pude disimular mi asombro, cuando observé, que aquel gran  libro encuadernado en piel, y  con el título en letras doradas, sólo contenía unas inmaculadas hojas blancas. Miré la portada, y creció mi perplejidad, porque el título coincidía con el nombre de su autor; y en la portada ponía simplemente: “Tú”.
     Otro caballero mayor, de aspecto bonachón, y  muy sonriente, me entregó un estuche con dos plumas estilográficas, invitándome a iniciar el relato de ese libro. Una de las plumas tenía la tinta blanca, para corregir todo lo que no quisiera incluir, una vez escrito con la otra pluma de tinta azul. Y entonces comprendí, que lo que esperaban de mí, es que volviera a reescribir mi vida, que en ese momento tenía las hojas en blanco; y sólo de su contenido dependía la trayectoria que quisiera seguir.
     Me quedé pensativa, redactando mentalmente el inicio de esa nueva vida que podía personalizar; llenando huecos, cambiando vivencias, eligiendo compañeros de viaje; y que permitiría expresarme libremente, pudiendo añadir un vocabulario al final, para mejor comprensión de mi terminología, sin tener que dar explicaciones engorrosas, que hicieran sentirme culpable. Era maravillosa la opción que me brindaban; y lo que estaba esperando durante toda mi vida anterior. Podría volver a nacer, dónde y cuando quisiera, y vivir mi infancia y adolescencia de la forma en que había soñado; y mi madurez, sin traumas ni sometimientos. Tenía en las manos mi destino, sin interferencias, ni imposiciones ¡Por fin sería libre! Libre para decidir de principio a fin, lo que quería hacer de mi vida. Libre, para marcar mi camino, sin senderos fijados de antemano, ni obligaciones; pudiendo elegir cómo y cuándo, realizar mis deseos.
     Abrí los ojos, un poco aturdida, despertando de esa aventura entre sueño y realidad,  sin saber a ciencia cierta donde me encontraba; me incorporé buscando con la mirada ese libro -fruto de mi imaginación-, para iniciar el relato. Lo primero que escribiría en las páginas del libro de mi nueva vida, sería mi nombre; como un nuevo registro, -con bautizo incluido-, que definiría mi nueva identidad. Tenía que elegirlo bien; no quería equivocarme, ahora que la elección dependía sólo de mí. Pero por más que miraba a mi alrededor no encontraba el libro encuadernado en piel con las letras doradas; y sólo me vi rodeada de muebles vacios, en la habitación de un hospital. Hasta ese  momento no fui consciente, de que la vida me estaba regalando una segunda oportunidad, para dirigir mis pasos de forma pausada, hacia senderos que antes había ignorado, y que las opciones, crecían en progresión geométrica; tanto, que necesitaría más de una vida para poder acceder a todas. Mostrándome lo equivocada que había estado hasta ese momento, en el que mi hundimiento personal, me había llevado a esa “Ruta sin retorno”, de la que, de haberla tomado, jamás ocuparía el lugar donde ahora me encontraba.
Marga Utiel.


1 comentario:

Mery dijo...

Bonito relato.....y eso me lleva a una frase.....Yo soy yo y mi circustancias.....Ojala hubiera segundas oportunidades.....Besos prima